Llegamos a Berlín sobre las once de la noche y la verdad es que encontramos muy rápido el hostal, pero yo iba con una angustia inmensa tras no recibir el mail de confirmación de reserva y no saber, por lo tanto, si lo había hecho bien. Me veía en la calle a las doce de la noche sin saber dónde ir. Fue llegar al hostal y:
- What’s your name?
- Carlos.
- Noriega?
Fue un alivio tremendo saber que nos acogían. Dormimos como reyes y a la mañana siguiente nos levantamos para turistear. Estaba cayendo una nevada de las que son típicas en Dinamarca pero que todavía no he visto y con el paraguas reversible (porque está hecho una mierda) nos acercamos a la estación de tren. Sí, porque resulta que medio país estaba en huelga de transportes y no funcionaba ni el metro, ni tranvía ni autobuses. Así que tiramos de piernas para recorrer la ruta que nos hizo la prima de Luisa.


A media mañana nos dimos cuenta de que nos habíamos hecho en pocas horas lo que en la ruta ponía en un día. O somos unas máquinas o la habíamos cagado en algo.
No pasamos tanto frío nunca como cuando tuvimos que esperar en la cola para subir a la cúpula del Reichstag 25 minutos a la intemperie. Y justo cuando nos tocaba entrar nos cierran las puertas en nuestras mismas narices. Otros 20 minutos intentando calentarnos como fuera o más bien tratar de engañar al cerebro.
Después del día agotador llegamos al hostal de nuevo con ganas de tumbarnos y cuando abro la puerta de nuestra habitación vemos a una pareja ‘okupándola’. Intenté explicarles en inglés que nos habían dado la misma habitación y me dice el pavo:
- No sé tío.
- ¿Sois españoles?
Ya hablamos con el de recepción para solucionar el tema y nos dijo que nos había cambiado y movido nuestras cosas. Todavía sigo sin entender por qué coño nos tuvo que cambiar de habitación.
Quiero hacer una mención especial a la tienda que nos proporcionó souvenirs (sobre todo a la jefa), la dedicada a los muñecos de los semáforos: Ampelmann Shop. Luisa es la clienta del mes de marzo.

(GRACIAS)