viernes, 4 de julio de 2008

…y yo no sé qué contestar

Tras las necesarias horas de acoplamiento a la normalidad, tengo la necesidad de contar este último trance que supuso la vuelta a la realidad.

El viaje se inició con la despedida de Guille, que fue más breve que las anteriores:

- Rápido que esto no me gusta.

Después los abrazos se los llevó Sita cuando se subió al tren. Parecía que era ella la que se iba, pero realmente aquí comenzó nuestro adiós a la ciudad. Estábamos María y yo dando vueltas por las calles tal y como cuando llegamos el 25 de Agosto de 2007, es decir, ayer mismo.

Compramos cosillas de recuerdo y cogimos un par de bicis típicas de turista para poder decir que visitamos la ciudad en bicicleta (algo que hay que hacer si se va a CPH). Recorrimos lo típico pero esta vez con un regusto especial, el de la última cucharada de tu plato preferido; tumbados en un parque recordando los momentos de risa con la gente hasta que su siesta me dejó con la palabra en la boca…, observamos a la Sirenita desde una de las piedras que la rodean mientras veíamos como otros turistas nuevos se hacían las mismas fotos que nosotros ya teníamos y tomamos al última birra sentados en un Nyhavn repleto de gente hasta que decidimos que era momento de abandonar, de dejar atrás una caja de diez meses en los que caben un puñado de recuerdos inolvidables.

Comenzó la odisea de viaje discutiendo con una arisca empleada de la compañía de aviones sobre los kilos y bultos que llevábamos. El vuelo iba con retraso y nosotros muy abrigados por lo que fue una especie de tortura que al final acabó en que nos libramos de pagar sobrepeso. Uno-cero.

Aparcamos el sufrimiento hasta que, al aterrizar en Londres, hicimos una cola de no más de media hora para pasar el control de pasaportes. Acabábamos de entrar en el hostal más grande de la ciudad: Stanted. Mucha gente sobando en el suelo, tanta que yo pensé que sería más fácil encontrar un hueco para sentarse. Era tiempo de ir al baño y de ponerse a leer el cuaderno…

Intenté dormir algo pero el colchón no era mullido así que me pasé la noche en vela mirando a la gente pasar como si estuviera en un balcón. Justo antes de ir a facturar nos metimos un desayuno inglés en toda regla. Nos vino bien porque ni comimos ni cenamos el día anterior. Ya en la cola de los billetes encontramos a una mexicana que nos hizo el favor de facturarnos una maleta para librarnos de algo de peso. A cambio la ofrecí acercarle a la estación de autobuses puesto que ella se dirigía a León. Tras pasar de nuevo el calvario de ir vestido con varias sudaderas y la cazadora nos montamos en el avión con destino a Valladolid. Estábamos cada vez más cerca.

Nos recibieron en el aeropuerto la familia, en mi caso solo mi hermana, la única que sabía cuando volvía. Me cogí su coche y me fui para casa. Llegué tocando la bocina como si llegase la selección a la plaza de Colón. Recogí todos los bártulos enseguida y tras dar un pequeño cambio de imagen me bajé al centro dar la otra sorpresa que me quedaba.

En fin, que me preguntan si quería volver…

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