miércoles, 6 de febrero de 2008

Del Interrail por Europa

LUXEMBURGO

Eran las 7 de la tarde del sábado aproximadamente cuando partimos rumbo a la primera ciudad, en este caso también país: Luxemburgo. Unas 17 horas de viaje. Lo primero que hicimos fue instalarnos cómodamente en un compartimento con sus seis camas. Poco duró la alegría cuando a la hora vino un simpático revisor que nos dijo que teníamos que pagar unos 20 € pero que no lo tenía muy claro (podrían ser 20 como 3). Nos acomodamos un poco menos en otro compartimento solo de sillones, tres en uno y dos en el otro. En uno de esos ratos salí al baño y estaba Rober en el pasillo:

- Se han llevado al Fer.
- Puto Fer. - dijo Guille.

Afortunadamente solo era para pagar la reserva que no habíamos hecho.

Estábamos llegando a Luxemburgo mientras Rober soñaba con una rubia desconocida y Lili sufría dolor de cabeza. Llegamos justo en la hora del café del tío que reparte los mapas así que decidimos esperar un rato.

- Luxemburgo se ve en tres horas y media. – dijo el de turismo.

O menos. Está bien esto de patearte una ciudad y a la vez un país entero. Entre cochazos, murallas y casas bonitas, probamos a entrar en nuestra primera hamburguesería. Revimos todo un poco y fuimos yendo a la estación a mirar a ver si había algún tren antes. Surgió un pequeño problema cuando nos dijeron que el único tren que iba a París estaba completo (era el AVE francés) y no había otro hasta la mañana siguiente.

- ¿Qué hacemos?
- Nos montamos y si nos echan en la primera ciudad ya veremos.
- Que Dios reparta suerte.

Una vez dentro tomamos asiento pero la gente llegaba con sus reservas y nos teníamos que cambiar y eso es un ‘canteo’ (que diría la Lili). Decidimos que lo mejor era irse al bar y pasar los minutos y la angustia. Ya casi al final del trayecto nos pidieron el billete pero ya estábamos a salvo. Pensamiento general: “Me encanta que los planes salgan bien”.

Se me olvidaba comentar un detalle sin importancia: mientras esperábamos en la sala de espera de la estación del país más pequeño del mundo, unos tíos mezcla de frikis, chezas y tontos del culo jugaban con una rata de mascota como el que juega con un ‘Micro Machine’ al tiempo que otro le metía el morro a un chucho cual si en él viera reflejado a la mismísima Claudia Sifer. Menos mal que el animal que más asco le da a Lili es la cucaracha sino…

- “Cómo está el mundo Joaquín” - (extracto de una canción que a veces viene bien).


PARÍS

Y ya estábamos en París. Lo primero que hicimos es coger el metro para ir a la casa de una amiga de Rober que nos acogió muy amablemente. Y desde aquí le doy las gracias en nombre de todos (aunque no creo que lo lea).

Madrugamos algo para salir de casa a las 11 de la mañana. Primera visita: La torre Eiffel. Subimos todos los escalones posibles (unos 668) a pesar que algún superhéroe llamado Guillermo no daba un duro porque Lili y yo subiéramos hasta arriba.

- Yo no sé si la voy a subir, de lo que estoy seguro es que vosotros no – y se quedó tan pancho.
- ¿Me tiene que venir un ‘notas’ a decirme cuales son mis limitaciones? Como me joden los listos – repliqué con indignación.

Al final llegamos hasta la segunda planta desde donde hay unas vistas de la ciudad del amor increíbles. De ahí al Arco del Triunfo, Campos Elíseos, exteriores del Louvre, McDonald’s, Notre Dame y demás calles que disfrutaron de nuestra presencia. Cenamos en la que dicen la mejor crepería de París una pedazo de crepe que nos quitó el hambre para medio día.

Al día siguiente también madrugamos y saldríamos sobre la una de la mañana con destino a Le Sacre Coeur y Moulin Rouge. Esa noche cenamos en un italiano porque en el vasco había que esperar dos horas para llenar el buche (todo a lo grande ostias) y después salimos un rato a una discoteca de Erasmus a los pies casi del Arco del Triunfo. Fue tan desfase que a las dos horas ya estábamos mirando el mapa de los autobuses nocturnos. Cogimos uno sin saber realmente a donde nos llevaría así que nos bajamos y fuimos a pata a casa. Hora y media con las calles de París de noche solamente para nosotros. Valió bastante la pena.

El miércoles volvimos a madrugar y a las cuatro de la tarde nos fuimos al museo de Louvre a cultivarnos un poco. El objetivo era claro: la Mona Lisa. Un nudo en el estómago se hacía cada vez más grande al tiempo que te acercabas al famoso cuadro. Ya estábamos cerca, se oía el sonido de las cámaras de los japos y el murmullo de la gente. Ahí estaba, tan tranquila ella, con una sonrisa de esas que te hacen mirar la bragueta para ver si la tienes bajada. Uno de los pensamientos que tuve fue que en la sala 6 ponían los cuadros más feos porque nadie se fija en ellos. Cuando me da por pensar me salen cosas interesantes. Tras las fotos de rigor recorrimos más salas y salas en busca de Ramsés II, el Escriba en cuclillas, la Venus de Milo, el Código de Hammurabi y mogollón de cosas bonitas.

- Me voy a ver Mesopotamia - dijo Lili enfadada.
- Espérate y ya vamos todos.
- Me voy ya porque lo he dicho antes y nadie ha querido.

Y fuimos a Mesopotamia como benditos.

Tras una borrachera de cultura cogimos los bártulos rumbo a Brujas y en dos trenes llegamos.


BRUJAS

Con un papel en la mano donde venían las dos direcciones de hostales que teníamos le preguntamos a un taxista si pillaba muy lejos.

- ¿Tenéis reservadas camas?
- No.
- ¿Venís a esta ciudad sin tener un sitio fijo donde dormir?

Nos empezó a acojonar un poco pero cuando nos llevó al hostal y comprobamos que había sitio nos quedamos más tranquilos.

- No volváis a venir sin un sitio reservado eh?
- Gracias buen hombre.

Fuimos a buscar un sitio donde comer algo y encontramos unas casetas que sirven las mejores patatas fritas del mundo. También pudimos comprobar que había bastante ambiente.

El jueves por la mañana visitamos la ciudad luchando contra el frío pero disfrutando de las casas y el encanto de Brujas. Realmente no estábamos todos: unas inoportunas anginas estaban invadiendo la salud de Fer por lo que tuvo que quedarse durmiendo en el albergue toda la mañana en una habitación en la que hacía bastante rasca.

Llegada la noche quedamos en salir a visitar los baretos de la zona: la primera vez que en un bar de copas me viene el camarero con una PDA para apuntar lo que quiero y además te lo traen. Como estaba cansado me fui antes mientras que el resto me pidió que les abriese cuando llegasen. Nada más meterme en la cama me quedé sopa y al rato me desperté de repente al oír que mi móvil estaba vibrando. Más de treinta llamadas perdidas tenía (esto es algo que confieso ahora porque ellos se piensan que me habían hecho veinte o así). Salí cagando leches a abrirles cuando coincido con un chino que baja las escaleras y me pregunta que si eran mis amigos, porque habían estado tirando piedras a la ventana, la verdad es que fui un maleducado porque ni le contesté. Y a las dos horas ya estábamos en pie camino Amsterdam.





AMSTERDAM

Como en todos los sitios, lo primero que hicimos fue buscar el albergue. Llegamos y la puerta estaba vallada por obras, entramos y estaba todo patas arriba por lo mismo. Pero aún así el tío nos enseñó las instalaciones y nos dijo:

- Este es vuestro baño – un baño común sin ningún tipo de intimidad para con el resto de la población - ¿tenéis algún problema?

Simplemente no dijimos nada. Estábamos un tanto incrédulos porque nuestro albergue no tuviera ni camas.

- Es una broma – dijo el chisposo.

Fuimos al verdadero albergue. Un hostal cristiano con Biblias por todas partes y textos sobre Jesucristo. Nada más dejar las cosas nos pegamos una ducha y nos echamos a dormir una siestecilla salvo Fer que con su fiebre se metió en el saco y se puso en la cama para dormir de por vida. Al rato llega un yanqui y dice:

- Hey! hay un tío en mi cama.
- Creo que la recepcionista se ha equivocado y os ha dado la misma cama – le dije.

Cuando leí el papel que me había dado medio moribundo el Fercho y ponía otro número descubrí que fue otra de sus empanadas. Esta vez excusable porque estaba incluso delirando. Fuimos a cenar y a dar una vuelta por las calles cuando de repente vimos unas señoras que vendían sus servicios sexuales tras unos escaparates (lo que en España se llaman putas vamos) y nos dimos cuenta que nuestra ‘casita’ estaba en pleno Barrio Rojo (Red Light District). Tras un reconocimiento completo calle arriba calle abajo fuimos a una pizzería, por cambiar de aires.

El último día iba a ser largo: aguantaríamos hasta que saliera el primer tren para volver. El horario de apertura de la consigna nos obligó a elegir que éste fuera a las ocho de la mañana. Dejamos las mochilas y nos fuimos a patear la ciudad más a fondo: canales, la casa de Ana Frank y demás historias. Tras dos horas cenando en un turco (teníamos tiempo de sobra en toda la noche) fuimos a visitar bares pero resulta que a las tres ya empezaba a chapar todo y no sabíamos qué hacer. Entramos en un bareto a las 2’50 de la noche y le preguntamos al camarero que si cerraría pronto:

- Cerramos a las 3 pero podéis seguir aquí.

Al rato echa las cortinas y nos dice que nos tendríamos que pirar en 10 minutos. Ya nos empezó a mosquear la cosa. Entraron unos pavos que pensamos que eran amigos que venían a destiempo pero de repente nos dice el camarero:

- Os tenéis que ir ahora mismo, no os puedo explicar porqué. Siento el error.

Empezó a oler mal el asunto. Concretamente olía a rayas, jeringuillas y a orgía nocturna sobre todo cuando un tipo clavado a Koto Matamoros sacó un maletín extraño. Nos faltó dar las gracias por aconsejarnos que nos fuéramos. De ahí a la estación donde pasaron unas interminables cuatro horas.

Por cierto, a parte de las prostitutas no me acuerdo del otro atractivo de esta ciudad. Si alguien lo sabe que no lo diga ¿de acuerdo?

A ritmo de ‘Paloma’ de Calamaro pasaron los seis cambios de tren y las trece horas de viaje de vuelta.

Espero no dejarme nada en el tintero. El viaje pintaba bien y al final creo que ha quedado un buen cuadro.


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